Un mercader tenía dos hijos. El mayor era el favorito del padre, que le quería dejar toda su fortuna. La madre, apenada por el hijo menor, pidió a su marido que no informara a sus hijos antes de tiempo del diferente trato que recibirían: quería compensar de algún modo al hijo menor. El mercader escuchó su ruego y no habló de su decisión.
Un día la madre estaba junto a la ventana y lloraba; un peregrino se acercó y le preguntó por qué lloraba.
Ella dijo:
-¿Cómo no voy a llorar? Mis hijos son iguales para mí, pero su padre quiere dejarle todo a uno y nada al otro. Le he pedido que no anuncie su decisión a los hijos hasta que se me ocurra algún modo de ayudar al menor. Pero no tengo dinero propio y no sé cómo mitigar mi dolor.
El peregrino dijo:
- Es fácil poner remedio a tu pena; comunica a tus hijos que el mayor se quedará con toda la fortuna y el menor con nada; y verá que un día no habrá diferencia entre ellos.
El hijo menor, cuando se enteró de que no tendría nada, se fue a tierras extrañas y se entregó al estudio de diversos oficios y ciencias; el mayor, por su parte, siguió viviendo con su padre y no aprendió nada, porque sabía que era rico.
Cuando el padre murió, el mayor no era capaz de hacer nada y disipó toda su fortuna, mientras que el menor, que había aprendido a vivir en tierras extrañas, se hizo rico.
León Tolstoi
Más información sobre el autor: Biografías y vidas, Aloha Criticón, Buscabiografías